martes, 26 de enero de 2010

C Domingo 4º - Lc 4, 21-30 Ningún profeta es aceptado en su tierra

Continúa el relato donde lo dejamos el domingo anterior.
Entonces Jesús desveló en la sinagoga de su pueblo que sobre él estaba el Espíritu para dar comienzo al tiempo de gracia de Dios. Ahora se describen la reacciones de sus oyentes, que resultan extrañas.
Sus vecinos pasa de un inicial y únanime "todos le expresaban su admiración y se admiraban de sus palabras", al final y globla "todos se pusieron furiosos". ¿Qué ha pasado para tan radical cambio de apreciación? Que era "hijo de José" lo sabían de antemano.
Jesús intuye que sus compatriotas quieren que haga milagros como "has hecho en Cafanaúm" (Lucas comete un desliz cronológico: la jornada de Cafarnaúm aún no ha pasado, la va a narrar justo después de este episodio). Jesús les responde con los ejemplos del gran profeta Elías y de su sucesor Eliseo; ambos hicieron milagros extraordinarios en beneficio de extranjeros, y no para los suyos.
Es entoncces cuando la gente "lo empujaron fuera del pueblo" a un precipicio de difícil localización, . Sorprendentemente, Jesús "se abre paso" tranquilamente en medio de una masa que intenta "despeñarlo" -el primer atentado contra su vida- ¿por la autoridad que le concedía la fama que le precedía -mencionada el pasado domingo- y de la que habían oído hablar sus paisanos?