Estas palabras las pronuncia Jesús durante su última cena, después de haber lavado los pies a sus discípulos.
Judas, no el Iscariote, la hace una pregunta a Jesús, justo en el versículo anterior, el 22: «Señor, ¿qué ha sucedido para que te reveles a nosotros y no al mundo?».
El texto que se proclama en la liturgia es la respuesta de Jesús, a la que le falta su última frase, en la que dice: "Ya no hablaré mucho con vosotros, pues se acerca el príncipe de este mundo" (versículo 30).
En el versículo siguiente, el 31, se encuentra el final original del discurso de Jesús, cuando dice "¡Levantaos, vámonos de aquí!"; si embargo no se van ni se levantan, sino que Jesús sigue hablando durante los tres siguientes capítulos.
En el texto de este Domingo, se muestra la Santísima Trinidad, pues Jesús habla de su Padre y del Espíritu Santo, al que califica de Paráclito.
Tras aclarar quién es discípulo suyo (el que guarda su Palabra), revela la relación de cada persona divina con sus discípulos:
- El Padre hace morada -junto a Él mismo- en el discípulo (no dice que también lo hace el Espíritu Santo, porque éste aún no ha sido derramado).
- El Espíritu Santo es maestro interior del discípulo, y su paráclito, esa figura antigua en la que otra persona hacía de valedor, de defensor.
- Jesús es el que da la Palabra -que es de su Padre-, que la guarda quien le ama, Y a quien la guarda, además de morar en él junto a su Padre, le da su paz , distinta a la del mundo.