Esta catequesis de la Luz forma un tríptico bautismal con la del Agua y la de la Vida (cap. 4 y 11).
El contexto es de una fuerte persecución contra Jesús, como se indica en los versículos previos:
"Entonces tomaron piedras para arrojárselas; pero Jesús se escondió y salió del templo" (8, 59). No se amedrenta y proclama: "Mientras sea de día, nos es necesario hacer las obras del que me envió" (v. 4). Realiza una curación que aumenta la tensión con los fariseos, quienes expulsan al curado de la comunidad judía. Al enfrentarse a Jesús nos dan la clave de este capítulo:
"Al oír esto, algunos de los fariseos que estaban con él le preguntaron: «¿Acaso también nosotros somos ciegos?» Jesús les respondió: «Si ustedes fueran ciegos, no tendrían pecado; pero ahora, como dicen que ven, su pecado permanece.»" (vv. 40-41)
Por tanto, la ceguera de la que se trata no es tanto una cuestión física, sino el empecinamiento en no reconocer a Jesús, al que llaman pecador, a pesar del signo mesiánico que realiza (ya anunciado por Isaías 35, 4-5:"he aquí que vuestro Dios viene con venganza, con retribución; Dios mismo, Él vendrá y os salvará. Entonces los ojos de los ciegos serán abiertos"), y en su frenesí pretenden negar la evidencia, intentando demostrar que el curado no había sido ciego, y al no conseguirlo lo eliminan de las relaciones sociales.
En cambio, el curado se muestra fiel hasta el extremo a Aquel que le ha hecho ver, por lo que termina en una confesión de fe en el Hijo de Dios: "él dijo: «Creo, Señor.» Y lo adoró" (v. 38)