El mensaje de esta perícopa es claro: tenemos que orar siempre sin desanimarnos (v. 1)
No es la primera vez que Jesús, en este evangelio, enseña sobre la oración. Ya en el capítulo 11 ofrece una lección.
Hoy Jesús ilustra la necesidad de constancia en la oración con una parábola, exclusiva de Lucas.
Como las mujeres no podían alzar su voz en los procesos judiciales, las que se quedaban sin hombres en el hogar no tenían forma de hacer valer sus derechos, de ahí que esta viuda acuda directamente a la casa del juez, un juez que no le importa la opinión de los demás ni la de Dios, que no tiene interés alguno en que se haga justicia.
Si la viuda indefensa consigue justicia del juez sinvergüenza es por su constancia, que es la virtud que Jesús quiere en la oración de sus discípulos.
La traducción litúrgica pone en boca del juez esta razón para hacer caso a la viuda: "no vaya a acabar pegándome en la cara". No es que el juez tema por su integridad física, sino que usa una conocida expresión pugilística para ilustrar su situación, y se refiere a las complicaciones sociales que puede acarrearle la insistencia de la viuda. La mujer indefensa ha logrado que el juez termine temiendo a los demás, cosa que en principio no le importaba.
El último verso cambia el tono de la parábola y se refiere a la última venida de Jesucristo. Está en consonancia con la perícopa anterior que habla sobre el final de los tiempos, y que la liturgia se ha saltado.
Si en la parábola considerada en sí misma "hacer justicia" significaba valer los derechos de una persona indefensa de la que otros se habían aprovechado, en el contexto en que está situado significaría entrar en el reinado de Dios.