Este texto es la continuación del evangelio del domingo pasado.
Lucas nos recuerda que Jesús está en camino a Jerusalén -a su pasión, muerte y resurrección-, que comenzó en 9,51 y al que aún le queda un capítulo más. Al comienzo de su viaje, los samaritanos se negaron a acoger a Jesús.
Ahora se encuentra con una decena de leprosos, que según la Ley eran impuros y debían vivir apartados (Levítico 13, 45-46). Por eso, no se acercan a Jesús sino que le hablan a gritos manteniendo la distancia. Le reconocen como Maestro. Usan una expresión de piedad con que la que los judíos solían dirigirse a Dios.
Jesús les manda a presentarse al sacerdote que tiene que verificar que están curados y declararlos puros (Lev 13), "como si" ya estuviesen curados. Los leprosos muestran una confianza en el poder de Jesús pues le obedecen, cuando aún padecen la enfermedad; y quedan sanos mientras van de camino.
Al verse sanos nueve de ellos continúan su camino hacia el sacerdote, para ser declarados puros, mientras que uno abandona a los demás y se vuelve dando gloria a Dios a gritos.
Al llegar a Jesús se postra a sus pies, sin guardar ya distancias, y le da las gracias, reconociendo en él así un mediador de Dios, al menos.
Jesús desvela que el que ha vuelto es un no-judío, precisamente un samaratino, mientras que los demás no le han dado las gracias. La actitud del samaratino hace que obtenga no solo la salud corporal sino también la salvación.