Juan Bautista considera que Dios le ha encomendado la misión de facilitar que el enviado por Dios se de a conocer a su pueblo Israel. Ese era el sentido de su bautismo con agua.
Como Juan tampoco sabía quién era, Dios le da una señal: es aquel sobre el que vea posarse el Espíritu Santo.
Al ver la señal, Juan lo señala como "el Cordero de Dios". Hace referencia al cordero que se sacrifica en la Pascua, por cuya sangre en los dinteles de las puertas se salvaron los israelitas de la matanza de los primogénitos de Egipto.
Este nuevo Cordero salva de "el pecado del mundo". "El pecado" en singular se refiere a la cerrazón a Dios y su plan, como ya dijo el evangelista: La Palabra estaba en el mundo, y el mundo fue hecho por medio de ella, y el mundo no la conoció (1,10).
El Hijo de Dios salva de ese "pecado del mundo" con su "bautismo con Espíritu Santo", distinto al de agua que hacía Juan.