La liturgia del Domingo de Ramos tiene dos evangelios:
- uno opcional, el evangelio de la procesión con ramos;
- uno necesario, el evangelio de la misa del Domingo.
Aquí nos referimos a éste último, que es el relato de la pasión del Señor: dos capítulos.
La pasión se vuelve a leer el Viernes Santo, pero siempre en la versión de San Juan.
En cambio, en el Domingo de Ramos se lee según el evangelista que corresponda al ciclo litúrgico: en el ciclo B es el evangelio de Marcos.
Como es habitual en este evangelio, Marcos resalta la humanidad de Jesús durante su pasión. Es el único que anota sentimientos tan dramáticos como que "empezó a sentir espanto y angustia" (14,33).
El momento álgido de la narración es la confesión del centurión romano -un pagano- que "al ver cómo había expirado, dijo: «Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios»" (15,39). Es lo que declaró Marcos al inicio de su evangelio: "Comienzo del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios". A partir de ahí, no volverá a ser declarado como Hijo de Dios, excepto cuando los demonios lo reconocen y lo dicen, pero en esos casos, el mismo Jesús los manda callar [como se dice en 1,34: "Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios; y como los demonios lo conocían, no les permitía hablar"]: quiere el evangelista que el Hijo de Dios sea reconocido en el hombre que muere "dando un fuerte grito" (14,37) y después de haber rezado las palabras del comienzo del salmo 22 (21) «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (14,34), en vez de ser reconocido en el hombre que hace milagros.