En el capítulo anterior, Jesús calificó el Templo como "cueva de bandidos" cuando debiera ser "casa de oración"; ahora acusa a los escribas -entendidos en Biblia- de "devoradores de los bienes de las viudas" mientras aparentan con "largos rezos".
Ahora Jesús observa desde fuera lo que pasa en esa "cueva de bandidos", y no se fija en los "rezos" que sería lo propio de una "casa de oración", sino en los "bienes" que se depositan de acuerdo a lo mandado, y "observa" cómo "los bandidos" "devoran todos los bienes" de una "viuda pobre", que consistía en las dos monedas más insignificantes, equivalente a un cuarto de jornal.
Jesús no dice que se deba dar los "bienes" a esos "devoradores" en esa "cueva de bandidos"; no pone de ejemplo a esta víctima del Templo donde Él acaba de volcar las mesas a los cambistas de "monedas "y donde los "escribas" junto a los sacerdotes del Templo están buscando cómo matarle.
Jesús, como la viuda, será otra víctima, también "echando toda su vida" en su pasión y muerte.