Jesús está en Cafarnaúm, en su sinagoga (v. 59). Está interpelando a la élite judía (v. 41).
Todo comenzó cuando hizo el signo de dar a comer a más de cinco mil personas con cinco panes (vv. 5-13).
Desde entonces le persiguen, pero Jesús les invita a que busquen el alimento que les da la vida eterna (v. 27); para ello han de creer en Él (v. 29). La élite judía le exige para eso una prueba, como Dios que en el desierto les dio el maná, un pan bajado del cielo (vv. 30-31). Jesús les dice que Él es el nuevo Pan bajado del cielo (v. 35 y otros después donde lo repite). Y ahí surge el conflicto, porque la élite empieza a comentar entre sÍ que ellos conocen a su padre y a su madre, que por tanto no han descendido del cielo como prentende hacerles creer (vv. 42-43). Les cuesta aceptar la encarnación del Hijo de Dios, el hecho de que naciera de mujer: "La Palabra se hizo carne" (1, 14).
En el trozo que se lee en el Corpus, la cosa se complica, porque Jesús va más allá y no sólo se presente como alimento de vida eterna, como podría ser su mensaje, sino que ahora presenta su humanidad -su carne- como ese alimento (v. 51), con lo que hace escandalizar a sus oyentes (v. 52). Pero Jesús no sólo insiste, sino que además dice que el alimento de vida eterna está en su Pasión y Muerte -en su carne y sangre-, aún por suceder (v. 53), profundizando aún más en el misterio de su encarnación.
Insiste en los verbos comer-beber, que es asimilarse con él (v. 56). Eso da la vida eterna, y no como el anterior pan bajado del cielo, el maná, que sólo servía para la vida mortal (vv. 57-58).