Los segundos domingos de Cuaresma siempre narran la transfiguración del Señor, en cada ciclo se presenta la versión del evangelista propio: Mateo en el ciclo A, Lucas en el C, y Marcos en el presente ciclo. En los tres evangelios sinópticos, este relato viene a continuación del primer anuncio que Jesús hace de su pasión: los dos hecho parecen estar conectados, compensando una experiencia con la otra, la del dolor del anuncio de la pasión con el gozo de la visión de la gloria del Hijo de Dios. De ahí se podría aprender a superar el desconcierto de la cruz con la cierta esperanza de su gloria.
Los tres discípulos presentes en el "monte alto" (en ningún evangelio se dice que sea el Tabor), son los mismos que estarán presentes en el huerto de los olivos: los que contemplan ahora su gloria son los que contemplarán su agonía en Getsemaní.
Jesús transfigurado conversa con Moisés y con Elías; el primero representa la "Ley" o "Torá" y el segundo representa los libros proféticos: "La Ley y los Profetas" es un forma de denominar a la Palabra de Dios escrita hasta entonces, nuestro Antiguo Testamento; hablan con Jesús que representa el Nuevo Testamento. Moisés había tenido una experiencia de Dios en el monte Sinaí y Elías en el monte Horeb (que parece es otro modo de llamar al Sinaí); ahora, con Jesús, los discípulos la tienen en el "monte alto".
Les cubre una nube, que es una manifestación de la presencia de Dios, y desde ella se oye la voz del Padre que desvela la identidad de Jesús: "Es mi hijo amado". Así se responde a la pregunta hecha en el pasaje anterior 8, 27-29: "¿quién decís que soy yo?".
La voz del Padre termina ordenando: "¡Escuchadle!", dando autoridad a su palabra sobre la de la Ley y los Profetas, la de Moisés y Elías. Ello implica escuchar, aceptar, su anuncio de la pasión.