El domingo pasado terminamos el capítulo 3 de san Marcos. En este domingo pasamos al capítulo 4 donde Jesús cuenta tres parábolas que enseñan a qué se parece el Reino de Dios. La primera parábola, la del sembrador, se la ha saltado la liturgia. En este domingo, se nos proclama la segunda y la tercera; y ambas hablan de lo que pasa con unas semillas que se siembran.
En la primera parábola, exclusiva de este evangelista, nos enseña que la semilla crece por sí sola, sin que intervenga quien la ha sembrado; y se entretiene en explicar las etapas de su crecimiento. Así, Jesús enseña cómo el Reino de Dios tiene un dinamismo que hace que se desarrolle por sí mismo, sin que dependa del trabajo del evangelizador; si bien es un crecimiento lento que va pasando por sus etapas. Eso ayuda a comprender la dinámica del Reino y a discernir en qué etapa de su crecimiento se encuentra.
En la segunda parábola nos enseña que la semilla sembrada, por muy pequeña que sea, como la mostaza, llega a ser un gran árbol en el que puede anidar. Así, Jesús enseña a no medir el Reino por la pequeñez actual, sino a confiar en la grandeza que tendrá en su momento; a la vez que nos muestra cómo es un espacio donde se puede habitar.
San Marcos termina la exposición de las parábolas explicando por qué habla Jesús así: para "acomodarse al entender" de la gente. Y a la vez anota, en el último versículo, que "a sus discípulos se lo explicaba todo en privado", lo que nos invita a entrar en diálogo con el Señor para acoger su explicación "en privado".