El domingo pasado iniciamos un conjunto de cinco domingos reflexionando el capítulo 6º del evangelio de san Juan. En la perícopa anterior, Jesús dio de comer a cinco mil varones con cinco panes. Nos hemos saltado los versículos del 16 al 23.
En la perícopa de hoy se hace alusión al hecho de que Moisés "dio pan del cielo" al pueblo. Por eso, la Iglesia ha escogido como primera lectura ese relato en el capítulo 16º del libro del Éxodo (vv. 2-4. 12).
Jesús corrige a los judíos y, tal como relata la lectura del Éxodo, precisa que "no fue Moisés quien os dio pan del cielo", sino que fue Dios, a quien llama "mi Padre", y añade que "es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo".
Luego explica los beneficio de ese pan que da el verdadero pan: "el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo".
Pero los judíos le entienden mal, porque piensan que está hablando de algún tipo de pan como el maná del desierto, y por eso le piden, para conseguir esos efectos beneficiosos: «Señor, danos siempre de este pan»
Entonces Jesús aclara cuál es ese pan: «Yo soy el pan de vida». Jesús es el Hijo de Dios que ha bajado del cielo y se ha encarnado. Su persona es la comida que da vida: «El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí no tendrá sed jamás».
Justamente, creer en Él es lo que Dios quiere que hagamos: «La obra de Dios es ésta: que creáis en el que él ha enviado».
Con esta conversación, Jesús pretende que los judíos superen el buscarle por propio interés, "no porque habéis visto signos,
sino porque comisteis pan hasta saciaros", y en cambio trabajen "no por el alimento
que
perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna", que es justamente el alimento que da Él, que es en realidad Él mismo que se da, creyendo en Él.