La perícopa de este domingo comienza repitiendo el último versículo del domingo pasado, el 51, en el que Jesús hace esta asombrosa afirmación: "el pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo".
Eso provoca inmediatamente la reacción incrédula de los judíos: «¿Cómo puede este darnos a comer su carne?», pues hacen una interpretación literal de lo dicho por Jesús.
No hay que confundir la palabra "carne" con la palabra "cuerpo", pues no tienen el mismo significado en el Nuevo Testamento. El término "carne" ya lo utiliza San Juan en el primer capítulo de su evangelio para referirse a Jesús: "Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad" (v. 14). Esa palabra -"sarx" en el original griego- hace referencia a la condición mortal de la persona. Jesús dirá el próximo domingo, al final de este capítulo 6º: "El Espíritu es quien da vida; la carne no sirve para nada." (v. 63).
Tras el escándalo manifestado por los judíos, Jesús habla varias veces de "comer mi carne" uniéndolo a "beber mi sangre", esto último prohibido por la Ley de Moisés, pues se consideraba que la sangre contenía la vida (ver Dt 12,23). "Muchos" de sus mismos discípulos dirán: «Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?» (v. 60).
El lenguaje que está usando Jesús hace referencia a los sacrificios de animales que se hacían en el Templo de Jerusalén, y, por tanto, al propio sacrificio de Jesús, quien ya fue presentado por Juan Bautista como un animal de sacrificio: "Al ver Juan a Jesús que venía hacia él, exclamó: «Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo»" (1,29).
Comulgar con el sacrificio de Jesús comiendo su carne y bebiendo su sangre comunica la vida eterna: "El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día". Aquí ya puede contemplarse una referencia a la comida eucarística.
Creer en Jesús como el Hijo de Dios encarnado y comulgar con Él en la Eucaristía comunica la vida eterna.